El encierro magnificó desigualdades preexistentes relacionadas con el intercambio de enseñanza, investigación y cuidado.
Por: Erica Hynes

El encierro pandémico provocado por el virus COVID-19 potenció desigualdades que ya eran evidentes en nuestra región, como el acceso a la vivienda, la alimentación, el trabajo formal y la conectividad. Otras cuestiones como la falta de corresponsabilidad en los cuidados y el trabajo doméstico adquirieron mayor visibilidad. En estos días, que se hacen semanas y meses de incertidumbre, las mujeres vieron un aumento de las cargas familiares y laborales al tiempo que se desarticularon todas las redes de ayuda. El equilibrio social que descansaba en la sobrecarga de la mujer se rompió y no hubo red para sostenerlas.
Esto que fue igual para todas las mujeres, impactó de lleno en aquellas que se dedican a la vida académica y científica. Según un estudio publicado por Capitolina Díaz Martínez, catedrática de la Universidad de Valencia, el encierro magnificó desigualdades preexistentes relacionadas con el intercambio de enseñanza, investigación y cuidado.
Aparentemente, ni el gobierno ni las universidades notaron el efecto de esos ajustes en la vida confinada de las mujeres docentes e investigadoras. Las universidades pusieron énfasis en los estudiantes, en frenar la deserción y se valoró menos las implicancias en el personal, no dieron licencia para aprender a usar plataformas virtuales, para capacitarse en estrategias de enseñanza a distancia, armado de aulas virtuales, etc. Notaron aún menos el trabajo de cuidado llevado sobre todo por mujeres. Es decir que aparecieron demandas nuevas que se sumaron a todo lo demás que las mujeres docentes e investigadoras ya venían haciendo. En este racconto rige también para todo el colectivo de identidades de diversidad sexual.
Aumento de la carga laboral
El tema del cuidado y el tiempo que implica es un dato central cuando hablamos de la productividad de las mujeres. Implica por un lado las tareas de cuidado directo de otras personas, desde infancias hasta personas con discapacidad y adultos mayores, y el cuidado indirecto, que involucra todo lo necesario para proveer el hábitat adecuado para que se desenvuelva la vida, e incluye desde sacar la comida para que se descongele, lavar la ropa y otras tareas domésticas hasta comprar la comida de los adultos mayores a nuestro cargo.
Como consecuencia, durante la pandemia hubo –todavía hay- un aumento de la carga laboral, remunerada y no remunerada. Se rompió el equilibrio existente que descansaba en un esfuerzo mayor de mujeres y una red de trabajadoras domésticas, en las escuelas, cuidadoras y servicios de cuidados que van desde paseadores de perros hasta vecinas, una inmensa red de cuidados informal, solidaria, voluntaria a la que apelamos permanentemente. Nada estuvo disponible en el encierro pandémico.
Y lo grave fue que ni el gobierno ni las instituciones científicas notaron que había que hacer ajustes en la vida personal, todos pensaron que había que seguir de la misma manera y que esa era la “nueva normalidad”.
Corresponsabilidad doméstica y uso del tiempo
En pandemia, la evidencia indica que es más probable que los varones trabajadores de la academia tengan una pareja que se quede en casa durante las fases de aislamiento, mientras que para las mujeres profesoras o científicas hay más probabilidades que su pareja continúe trabajando fuera de casa aún en las diversas fases de restricción. Incluso en el caso de las mujeres científicas con pareja científica, la carga doméstica no se reparte igual entre varones y mujeres. Díaz Martínez destaca en su estudio que, aunque para muchas personas el encierro mostró los placeres de vida hogareña, la carga doméstica siguió recayendo mayormente en las mujeres. Esto generó algún material que se viralizó en las redes, como los carteles de las madres para que sus hijos e hijas se independicen durante las reuniones por zoom, o los memes con indicaciones de cuidado para padres.
En junio, cuando se celebra en Argentina el Día del Padre, el Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA) con el apoyo de UNICEF lanzó la campaña #PadresPintados para visibilizar la necesidad de que los varones se involucren en las tareas de cuidado y se impulsen políticas públicas para que todos puedan hacerlo. Las políticas de cuidado constituyen un eje central para garantizar la igualdad y es importante que existan, pero como recomienda el pensador Carlos Moreno, también hay que velar porque estos instrumentos no “estacionen” a las mujeres siempre en el mismo parking de los estereotipos de género. Está muy bien reconocer que las mujeres son hoy en día las cuidadoras principales, y que el estado ayude a gestionar el cuidado y provea de cuidado accesible para dar autonomía, pero también está bien que el estado haga leyes, licencias y campañas para que los varones cuiden igual que las mujeres, en la misma proporción.
Según la Encuesta de Percepción y Actitudes de la Población. Impacto de la pandemia y las medidas adoptadas por el gobierno sobre la vida cotidiana de niñas, niños y adolescentes, realizada entre el 8 y 15 de abril por UNICEF, el 51% de las mujeres entrevistadas manifestó que la sobrecarga de tareas de cuidado sobre ellas se exacerbó durante el ASPO. Ellas se hacen cargo del 65% de las tareas del hogar frente al 35% de los varones.
Esta desigualdad también encuentra eco al interior de los hogares donde hay mujeres que se dedican a la ciencia o a la academia. Hace dos años el entonces Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la provincia de Santa Fe solicitó un estudio del uso del tiempo en la comunidad de investigación y educación universitaria de la provincia, que mostró que las historias de vida de las mujeres están totalmente intervenidas por hitos como maternidad, convivencias con parejas o personas adultas mayores, etc., en cambio, las historias de vida de los varones, son líneas de tiempo calcadas que pueden haber sucedido en tiempos de pandemia, atravesado hitos familiares diversos, y son inconmovibles.
Otro hallazgo que confirmamos con el estudio en Santa Fe es que las mujeres que quedan afuera del ingreso a carrera en CONICET muchas veces recurren al empleo en la universidad y concursan cargos simples o semi exclusivas, que son los que implican menos horas y están peor pagos. El análisis del uso del tiempo demostró que, para acceder nuevamente al sistema y contar con los papers necesarios, duplican el ritmo de trabajo sin el sueldo ni el cargo correspondiente pero también, justamente porque en lo formal trabajan menos y cobran menos, asumen las tareas de cuidado. Una doble pobreza, de recursos económicos y de tiempo.
Esta situación de encierro que se suma a la desigualdad tendrá un impacto en las carreras de las mujeres. Un estudio publicado recientemente en la revista científica Nature sobre los trabajos publicados en pre-print muestra que hay una ralentización de la publicación de investigaciones de autoras las mujeres durante la pandemia. Las diferencias no son dramáticas peros sí existentes e indican que van a ser más significativas y con consecuencias a largo plazo.
Si no se toman medidas para mitigar la desigualdad de género lo más rápido posible, la diversidad de la academia y la ciencia va a estar cada vez más comprometida. Para esto se necesitan dos tipos de políticas: de cuidado, y sobre los estereotipos que están muy cristalizados en las primeras infancias.
La carrera científica se basa en la constante evaluación y competencia, y el talento y el mérito son valores fundacionales de su prestigio y tradición. Esto dificulta que se tomen medidas institucionales para aumentar la diversidad en los puestos de mayor jerarquía, porque son rechazadas por la propia comunidad. Si se sobreentiende que quienes llegan más alto son los más hábiles, los más inteligentes, se juzga que si no hay mujeres en esos lugares es porque no tienen esos méritos. Y se concluye que, si una pudo llegar es que todas las demás podrían, pero no se esforzaron tanto o no se comprometieron con su carrera, prefiriendo mantener un balance de la vida familiar y la académica, o la “comodidad” de un puesto de menor responsabilidad.
Esta interpretación tiene varios puntos débiles, el principal es que hace abstracción de las grandes diferencias sociales entre los géneros, la más importante, pero no la única, es la diferencia en el tiempo y la responsabilidad en la dedicación al trabajo doméstico no remunerado.
Otra debilidad de esta hipótesis es que carece de una mirada crítica para medir el mérito, para establecer objetivamente lo que quiere decir, porque que como en tantos otros rubros, los hombres que llegan a puestos altos muestran variados perfiles en cuanto a talento y dedicación.
La comunidad científica y académica se debe una reflexión sobre los obstáculos, la doble vara y le noción de mérito que se repite de manera irreflexiva y esconde detrás una vida llena de trabas y doble estándar.
Sobre la Autora
Erica Hynes es Diputada provincial de Santa Fe por el bloque-Socialista. Ex ministra de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de Santa Fe.
FUENTE: https://elpaisdigital.com.ar/contenido/productividad-de-las-mujeres-cientficas-en-pandemia/28341